miércoles, 12 de agosto de 2020

El camino se hace al andar y otros lo pasean después.


Entrar en un camino que no has transitado nunca  implica valentía.

Si a pesar de sentir el miedo a que algo salga mal,  lo que crees que te espera al final es lo suficientemente motivador, avanzas cual Indiana Jones con el machete en la mano venciendo todos los obstáculos que encuentras a tu paso. Pero ¿y estas personas que abren caminos para los demás? 

Estos que empiezan a caminar sin ver el suelo, donde la maleza es tan alta y espesa que sus ojos no alcanzan a ver qué hay más allá.

Tienen que elevar la mirada al cielo y hacer un ejercicio para fijar su gran objetivo al final de todo eso, sin saber si estará ahí o solo habrá vacío, sin importar si hay  pozos oscuros  en el camino o corrientes de barro que les lleven en otra dirección. 

Nada importa si mantienen la mirada fija en lo alto, ya encontraran la manera de salir del pozo o de hacer que la corriente sea favorable.

Y después, cuando la ruta está más o menos explorada no se conforman con eso, luchan por trazar en ella un camino para que los que vienen detrás  sepan por donde caminar sin perderse, y así, hasta que esa ruta se convierte en un agradable paseo para la mayoría.

Este trabajo implica dosis enormes de valentía, pero no una valentía inconsciente que haga cometer locuras, sino esa en la que el miedo acompaña todo el camino, de la mano, sintiéndolo dentro y convirtiéndose en compinche del viaje.  Y así, juntos, avanzan hasta casi el final, cuando al vislumbrar la luz el miedo empieza a desaparecer sin más, sin despedirse, convirtiéndose en algo pequeño que simplemente estuvo ahí.  Lo bueno, no, no lo bueno, lo mejor es que has descubierto que se puede caminar a pesar del miedo, que no es barrera sino compañía.

Me gustan las personas que abren caminos. Me gusta que hoy mi hija pueda pasear  con tranquilidad por uno que abrieron otras. 

Sin tener que llevar un machete ni saltar pozos.

Me gusta que su mayor preocupación sea si estudiar ingeniería o arquitectura, si le dará la nota o si le quedará lejos la facultad.

¿Cómo podría imaginar ella que no le dejen ir a la universidad simplemente por ser mujer? Puedo ver su cara de póker si le digo que lo que tiene que hacer es aprender a coser y  cocinar y dejarse de tanta leche de universidad.

Pero no hace tanto de eso. Solo hace unos años a Concepción Arenal le decían eso mismo,  que tenía que centrarse en ser una señorita de bien. Y ser eso era aprender a ser una buena esposa, madre y ama de casa. Aprender lo necesario para cuidar y servir. Y si tenías inquietudes las arrinconabas. Y si tenías sed de conocimiento lo matabas a base de puntadas y encaje de bolillos.

Pero a veces entre tanta gente aparece alguien que no es capaz de resignarse, que dentro lleva lo que tal vez llevamos todos sin despertar, pero que en esas personas elegidas sale del letargo.

Y en la Coruña en 1820 nace Concepción, con ese algo que haría posible que mi hija hoy tuviera todo más fácil, que pudiera elegir.

Y a pesar de ser educada  para ser una señorita de bien, y a pesar de tener a su familia y a la sociedad en contra, Concepción se vistió de hombre y se asomó a las aulas de la facultad de derecho.

Me pregunto qué le habría dicho yo  si hubiéramos sido amigas. ¿Me habría contagiado su entusiasmo o habría intentado disuadirla de su aventura pensando que estaba loca y que era una insensata?

Tal vez no se lo contó a nadie. Dicen que cuando quieres algo con ganas y  verdadera fe, salvo que tu entorno sea un auténtico trampolín, es mejor actuar sin dar pistas, que no te desanimen ni apaguen la ilusión, que no te digan que no lo lograrás, que es imposible. Tú y tu idea descabellada, que si no sale, al menos lo intentaste, y si sale, lo mismo van detrás de ti generaciones enteras.

Concepción solo asistía de oyente. Y dados los tiempos y aunque fue descubierta no pudo licenciarse, pero mira, los conocimientos que adquirió  le sirvieron para escribir muchos libros, algunos bajo el nombre de su hijo, ya sabes, para que no se dieran cuenta de que no estaba cosiendo.

Muchos de esos libros son  reivindicativos, apologías feministas donde reclamaba el derecho de la mujer a estudiar, donde hacía eco de que la mujer valía para mucho más que para  estar en casa.

Es tan prolífica su obra  y sus temas tan diversos que no voy a entretenerme ahora en ello porque hay mucha información en internet, pero me quedo con un párrafo de su libro La educación de la mujer, un párrafo que a día de hoy es aconsejable que las mujeres se graben  a fuego:

 "Es un error grave y de los más perjudiciales, inculcar a la mujer que su misión única es la de esposa y madre [...]. Lo primero que necesita la mujer es afirmar su personalidad, independientemente de su estado, y persuadirse de que, soltera, casada o viuda, tiene derechos que cumplir, derechos que reclamar, dignidad que no depende de nadie, un trabajo que realizar e idea de que es cosa seria, grave, la vida y que si se la toma como un juego, ella será indefectiblemente un juguete"

Si quieres ser solo tú es genial, si  quieres ser solo madre también, si quieres ser un tres en uno, estupendo, pero que nadie te quite la posibilidad de elegir, y sobre todo, como decía Concepción, afirma tu personalidad y que nadie atente contra tu dignidad, es algo consustancial al ser humano.