Estaba en la mesa del salón sentada al ordenador y vino la peque de mis dos hijas a decirme que había terminado los deberes. Siete lustrosos y espabilados años que empezaron a pulular a mi alrededor como esperando que algo sucediera.
Después de un rato de ir y venir por fin me dice:
- Mamá, tú qué elegirías tener ¿Branquias o alas?
Me quedé un rato pensando en lo que le habría llevado mentalmente a preguntarme eso, creyendo que los deberes de ciencias tendrían algo que ver. Por fin le respondo.
-Yo alas. Lo tengo claro.
Se queda un rato pensativa y sigue preguntando:
- Y qué prefieres ¿Tener dos hijas como nosotras o que haya paz en el mundo?
Le miro. Ahora ya medio flipando por la relación entre las dos preguntas.
Ninguna. La respuesta también la tengo nítida, me quedo con mis guerreras hijas y que el mundo se mate si hace falta. Qué le vamos a hacer si el amor de madre es así.
Esa réplica tan clara que te viene a la cabeza te deja un mensaje residual de lo mala persona que eres. La decisión es demasiado rápida. No dudas un segundo.
- Por supuesto que dos hijas como vosotras.
Sonríe satisfecha. Si le hubiera dado otra respuesta no sé qué me habría soltado la criatura.
- Y entre saber una verdad horrible... -continua- o no saberla, ¿Qué eliges?
Aquí empiezas a pensar qué será lo que ha hecho, si habrá inundado su cuarto jugando con la piscina de las pin y pon, la habrá liado en el cole o si habrá vendido a su hermana por cuatro cromos.
- ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Hay alguna verdad horrible que deba conocer?
- No. Nada. Simple curiosidad.
-¿Seguro? ¿No hay algo que tengas que contarme?
-Seguro mamá. Sólo pensaba.
¿Sólo pensaba? ¿Pero en qué piensan los niños de ahora? ¿A quién le han tocado hijos de esos que preguntan de dónde vienen los niños?
Una facilita por favor. Me refiero a la pregunta. Lo de la hija...
Como ella misma dice: "Lo que toca, toca"